Chile desde el Aire

10 | 11 P R Ó L O G O Acostumbrados a operar de manera cortoplacista, nuestros tiempos son los que obedecen a ciclos de escala humana, que son infinitamente más cortos que los tiempos naturales. Y es así como chocamos con nosotros mismos, incapa- ces de ver nuestro entorno de una forma más integral y en una escala de tiempo más amplia, desconociendo nuestros propios lugares. Aquellos sitios que pa- recen tan estables, permanentes y eternos desde nuestra perspectiva humana, son el resultado de grandes cambios, movimientos, cataclismos y procesos na- turales que hacen característico y único ese lugar. Y dentro de estos constantes cambios, nosotros coincidimos, casi por accidente, en un determinado tiempo y espacio que nos hace habitar en este momento esos lugares. Una coincidencia a veces feliz y a veces no tanto. He sobrevolado casi todo el territorio chileno desde hace ya varios años y no me canso de observarlo desde allá arriba. Es allí donde veo que hemos habita- do un territorio brutal, un territorio que nos pone a prueba constantemente, un territorio que se hace presente de forma regular y que se encarga de recordarnos que está vivo, que está despierto y en proceso de creación. Chile aún no está maduro, está verde y crudo. Por eso es muy interesante ob- servar la forma en que lo habitamos, que es el resultado de habitar algo que está en constante cambio y modificación. ¿Será por eso que quizás tenemos una forma más bien precaria, espontánea y frágil de construir nuestros habitáculos? Sabemos que cada cierto tiempo la naturaleza puede arrasar y destruir nuestro esfuerzo para hacernos partir nuevamente, como víctimas de habitar un territorio que aún está en formación, que nos puede destruir y resetear en cualquier momento. En mis vuelos he visto también lo vasto y continuo del territorio que habita- mos. Un orden natural que no obedece a límites ni a esa tozudez del ser humano que impone fronteras visuales donde la geografía es sola una y continua. ¿Cómo es posible poner una línea divisoria sobre el agua o en el vasto y continuo desierto, incluso sobre la eterna pampa que ni los animales ni la vista comprenden? Estos límites generalmente obedecen a órdenes políticos y casi nunca tiene concordan- cia con lo que se revela como natural. Solo en raras ocasiones, coinciden bordes naturales y límites políticos con fenómenos geográficos definidos como un río, una isla o la cumbre de una montaña. Sin embargo, ninguna de estas divisiones humanas es vista desde lo alto, en esta dimensión parecieran no importar. Allá arriba solo se percibe un continuo relieve natural y diverso. Y tener la oportunidad de vernos desde lo alto, de ser testigo de cómo hemos ido habitando este territorio, me ha hecho reflexionar sobre la arrogancia de po- nerle límites a lo que no los tiene -con la intención de darle un orden humano a ese bello caos natural- y preguntarme ¿dónde nace Chile? Descartando los convencionalismos impuestos por el hemisferio norte que los sitúa a ellos arriba y a nosotros abajo, he podido vivenciar que nuestro terri - torio tiene un lugar geográfico especial, privilegiado y único; el archipiélago del Cabo de Hornos. Es allí, en la Isla Hornos, donde nace Chile y el territorio ame- ricano, emergiendo de las profundidades del mar de Drake, para expandirse en dirección norte. Es en ese punto de partida donde tenemos el privilegio de estar. Donde se inicia el mundo, no el final del mundo como se nos ha enseñado. Somos la génesis americana. El primer contacto de nuestro territorio con el conquistador europeo se pro- dujo en estas latitudes australes, en la boca oriental del Estrecho de Magallanes, cuando en 1542 penetró por esta vía marítima el primer europeo descubriendo Chile desde la Patagonia, allá en la región de Magallanes. Es por esto que nos hemos atrevido a desafiar las creencias autoimpuestas y proponemos recorrer este libro desde el sur hacia el norte, desde donde nace Chile hacia donde se extiende por más de 4.300 kilómetros. Guy Wenborne Huyghe Fotógrafo

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