Chile desde el Aire

l cóndor emprende vuelo una y otra vez para sobre- volar su territorio. No es primera vez que lo explora, lo ha recorrido miles de veces. Conoce cada quebrada, cada valle y planicie, cada estero, cada una de las rocas donde se posa. Desde ahí vigila con su agudo ojo y vuelve a despegar sin esfuerzo para seguir buscando cualquier cambio que no ha sido advertido. Almacena en su retina una gran memoria visual de su territorio, el cual ha revisado una y otra vez en busca de sus- tento. Es su vasto y estable entorno, que conoce a la perfección, y cada vez que se topa con algo nuevo, lo investiga y registra para comprender si es algo que aporta a su existir. Igualmente, he tenido la posibilidad de sobrevolar mi territorio por ya varios años. Sea por trabajo fotográfico o simplemente por placer, he podido estar allá, arriba en lo alto, observando lo de acá abajo, memorizando cada detalle, cada hito que pueda llamar mi atención. Así, he ido mapeando un registro en mi memoria que me permite tener una amplia y profunda visión de la superficie de nuestro territorio chileno. He visto cómo hay lugares que he sobrevolado una y otra vez y siguen ahí, estables, sin un cambio aparente. He visto también otros lugares que cambian, producto de procesos naturales que modifican la superficie de la tierra. He visto volcanes modificarse y crecer, he visto ríos estacionales arrasar con bosques, he visto cerros desplomarse debido a su propio peso, he visto hielos y glaciares moverse, romperse, disminuirse y retroceder. He sido testigo del paso del tiem- po, de ese constante e inevitable avance hacia el cambio natural, inherente a la naturaleza misma y alejado de cualquier control humano. Desde arriba vemos lo que no vemos desde abajo. Parece obvio, pero es la gran virtud de poder vernos desde un lugar donde nunca nos miramos. Como “animales terrestres” estamos más acostumbrados a mirar plano hacia adelan- te, atrás, a los lados, y todo nuestro funcionar obedece principalmente a estas dos dimensiones. Nos proyectamos y vivimos de forma horizontal, por lo tanto, lo que pro- yectamos hacia arriba, la imagen que mostramos hacia el cielo, no es parte de nuestras preocupaciones, ya que normalmente allá arriba no hay nadie, solo hay un vacío enorme, que nos tiene sin cuidado. Y es esa imagen que descuidamos la que toma relevancia desde el cielo, ya que aporta una visión inesperada y novedosa; vernos desde arriba, desde la di- mensión donde quedamos en evidencia y no podemos ocultarnos, como si nos miráramos desnudos, desde la verdad , desde lo inevitable. Lo interesante de la mirada aérea es que nos permite tomar distancia y vernos desde otra escala, una escala en que lo particular se transforma en un conjunto de realidades que interactúan con el entorno geográfico donde nos insertamos, revelándonos la forma en que habitamos nuestro territorio. Y es esa interacción entre ser humano y naturaleza la que nos interesa compartir en este libro. Una invitación a ser testigos de esa constante tensión entre la piel del territorio y cómo sus habitantes la tomamos para hacerla nuestro hogar. Grandes ciudades que se instalan en el borde costero; fértiles valles cultivados por montones; la pequeña expresión humana de una choza en medio de la vasta pampa inerte del desierto. En cada situación que observamos está presente y es evidente que nuestro habitar es el resultado de una geografía específica y de un relieve que caracteriza la forma en que nos posamos sobre él, y lo constituimos nuestro hogar. Valles, ríos, pampas, humedales, lagos, montañas, cada expresión geomorfológica condiciona una forma característica de cómo nos instalamos en esa superficie, sea provisoria, permanente o precaria como lo es en muchos casos. Y al instalarnos, lo hacemos desde nuestra mirada horizontal. Si analizáramos desde arriba dónde nos estamos parando, muchas veces nos daríamos cuenta de que determinados lugares no son propicios en el tiempo para habitarlos. Es lo inadvertido que es el ciclo natural versus lo apresurado del ciclo humano. Eso es lo que aporta la visión aérea, la escala del tiempo. Ese tiempo natural y en sincronía con los ciclos de la tierra, donde se hacen evidentes los procesos naturales de modificación del entorno y de la forma en que la superficie terrestre cambia constantemente. E

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