TODO CHILE COMUNICADO

65 las antenas están a 2.600 metros de altura No pasó mucho tiempo para que les dieran el nombre. El arriero que buscaban se llamaba Manuel Aracena. Encontrarlo fue más sencillo que convencerlo. Frente al patio de su casa, como una prolongación, el cerro Las Mollacas pareciera que se viene encima. Manuel lo conocía y por eso les dijo a los técnicos que las cosas o se hacían a su manera o mejor se buscaran a otro arriero. Les exigió que cada vez que quisieran subir partirían a las ocho de la mañana, en punto, para así llegar a la cima antes del mediodía. Después, el calor y la falta de oxígeno se hacen insoportables. Cuando aceptó la misión, los técnicos quedaron asombrados. Tirando líneas en el aire, Manuel determinaba la cantidad de arrieros que lo acompañarían en relación a los animales que debían subir, distribuía las misiones de cada hombre y elegía a las mulas y los perros indispensables para el trabajo específico de ese día. Una vez establecida la estrategia, Manuel se paraba detrás de cada animal mientras estaba siendo cargado. Y otra vez funcionaba la balanza en su cabeza, esta vez para que la mula tuviese el equilibrio perfecto que le permitiese hacer camino donde la ladera es un precipicio que no admite equivocaciones. En un comienzo, Manuel fue subiendo cargas pequeñas, gente encargada de montaje y elementos de mantención. Pero con el tiempo, los técnicos decidieron llevar partes más pesadas, que incluso en un momento estaban reservadas sólo para los helicópteros. Cuando se lo plantearon a Manuel, lo primero que hizo fue sacar cuentas en su memoria. Sabía que por el viento los aparatos no pueden volar por la zona en las tardes. Además, si se montaba bien, las mulas eran capaces de llevar objetos más complicados. Fue midiendo en terreno la capacidad de sus animales. Había algunos ejemplares que podían soportar los 150 kilos de un transformador.

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