14
Ya van cuatro meses en Huape con la mar encabritada. Iván Garrido
lleva la cuenta precisa en la memoria de sus dedos. Uno a uno, los
separa con la otra mano recordando el tiempo en que ni él ni los
otros 33 pescadores artesanales del sindicato han podido meterse
a trabajar. Esperando una tregua que no llega, la mayoría de ellos
se asoma antes de que amanezca y, ante la primera arruga que
ven sobre el agua, se resignan y regresan a casa. Iván, en cambio,
prefiere a veces quedarse espantando de su bote “Millaray” el
salitre que estas olas indecisas y majaderas depositan cada vez
que se desvanecen lentas sobre la playa rocosa.
Iván Garrido, pescador artesanal de Huape, región de Los Ríos
Muchas veces la mercadería
quedó inservible,porqueel cliente
simplemente nunca apareció.
Desde la orilla, y con un sol despuntando sobre los cerros con una
fuerza inusitada para ser primavera, el enorme pedazo de agua
azulina que pusieron frente a esta caleta de la Región de los Ríos
se ve tranquilo. Parece un día perfecto. Parece que ha llegado la
tregua. Pero Iván conoce estos mares y no se confía.
Por si faltaran motivos para hacer de la pesca un oficio duro, en
Huape hay varias otras razones para extremarlo. Ni siquiera es
sólo un asunto de clima. En una caleta donde puede llover hasta
ocho meses al año, el gran desafío ha sido siempre aprovechar
los momentos en que se puede pescar y asegurarse de que lo
recolectado se venda rápido en Valdivia.
Esta parte del trabajo ha sido tanto o más compleja que la pesca
misma, porque en Huape vivían prácticamente incomunicados.
Hasta hace apenas un par de años era una huella la que los unía con
Corral, a unos 20 kilómetros hacia el norte. En invierno, el camino
se cortaba y el viaje se hacía imposible. Iván no lo olvida: “Había