COLUMNA_
SANTIAGO PUEDE
“
Smart Guangzhou”
(pronuncie Guanchó),
Ministerio de Relaciones Exteriores, Santiago,
2014. Fue la primera vez que escuché el
concepto de
smart city
en palabras de su
alcalde en un encuentro de cooperación de
municipios chinos y chilenos. Y con orgullo
presentaba lo que ha sido el proyecto: entre
otros, ser junto a Hong Kong una de las dos
ciudades asiáticas finalistas en el World
Smart Cities Award. Y ahí viven 14 millones
de habitantes. La reflexión obvia: ¿y Santiago
puede? Yo creo que sí. Pero hay un factor
crítico: aplicar lo que en investigación social
llamamos
grounded theory
. O sea. Partir de la
calle, de la vida, de las personas y sus usos
y prácticas hacia el diseño y la teoría, y no
viceversa. Somos Santiago, no Guangzhou.
Hace 50 años o más que Santiago viene
intentando ponerle freno a la contamina-
ción ambiental, en lo que podríamos decir un
continuo de políticas públicas y esfuerzos
privados cuyo resultado está a la vista.
Seguimos envueltos en esmog y le hemos
heredado el modelo a la mayoría de las
ciudades de nuestro país.
Sin embargo, en los últimos años pareciera
ser que por fin se vislumbra optimismo
porque hay una nueva forma de comprender
la ciudad y nuevas miradas sobre cómo
vivirla. Y ello viene más de las nuevas gene-
raciones que están viviendo de una forma
particular la ciudad, más que de aquellos
que debieran ser los responsables de un
“proyecto ciudad”. Mi hipótesis es que en
estos tiende a haber una mirada más bien
discursiva de la realidad y no del valor y
contenidos empíricos que esta aporta. Es
la pugna entre un enfoque “positivista” y uno
tipo
grounded theory
o teoría anclada.
Recuerdo el relato de la alta gerencia de
una conocida compañía al experimentar el
impacto no esperado del “edificio corpora-
tivo” cerca del Aeropuerto: hoy lamentando
la fragmentación organizacional y los
efectos en la cultura por esto de separar a
los ejecutivos en “la torre” y los operarios
en “la planta”. Si antes
white
y
blue collars
se
topaban en el caótico laberinto de oficinas
que tenían en la zona sur de Santiago, hoy
se perdió el contacto cotidiano entre ambos.
Y este diseño inteligente ha pasado a ser la
representación simbólica de la inequidad, de
las brechas, de la segmentación social con
su consecuente merma de las confianzas.
Y con reforma laboral ad portas. ¿Se quería
ser
smart company
? De todas maneras. Pero
algo no se hizo bien.
Cuando se sueñan, diseñan, planifican y
ejecutan proyectos como el del mencionado
edificio corporativo o políticas públicas en
transporte, energía o incluso un censo, los
usuarios finales tienen mucho que relatar
y que aportar. Es lo que también llamamos
el co-construir. Aquello que no solo aporta
al diseño, sino también cautela los riesgos
de la no escucha: que le hagan
bullying
al
proyecto, lo invaliden y se instale como
problema de largo plazo.
Los chilenos que se han subido a las
bicicletas municipales, los que compran
entradas al cine por internet, los que
compran ampolletas de bajo consumo,
han madurado. Esa madurez que también
podemos llamar “ciudadanos más
inteligentes”. ¿Porque sí? ¿Porque es cool?
No. Porque la ecuación de conveniencia
que se está gestionando en esas mentes,
en sus hogares, se ha complejizado para
lograr mayor bienestar, mayor eficiencia
presupuestaria, mayor optimización del
tiempo, una mejor experiencia de consumo
o un uso más eficiente de la política
pública. ¿Es más inteligente? Mucho más.
Porque forzosamente lo ha tenido que
ser. Y de ahí la valoración sin igual de las
tecnologías de información disponibles que
permiten demorarse menos en un trayecto;
de las plataformas de relacionamiento
que permiten andar más contento, más
informado y más integrado. Un santiaguino
que, en un escenario de altos niveles de
incertidumbre para lo que han sido nuestro
últimos 25 años, en una dimensión de su
vida, puede experimentar mayores niveles
de control.
Elvira Chadwick, Socióloga, PUC. Creadora
de la consultora “atelier” y con enfoque
etnográfico Lado Humano. Bloguera en
T13.cl